Tus palabras son la imagen de ti mismo: de lo que piensas, sientes y haces, y te delatan.
Tenlo siempre presente.
Los demás necesitan la bondad de tus palabras. El otro te siente vivamente en lo que dices y en cómo se lo dices. Procura que las palabras que utilices sean respetuosas, amables y justas. Que sirvan para tender puentes, no para levantar muros. Siempre para construir.
Elige el momento y el lugar más oportuno para hablar. Hazlo siempre con ánimo sereno y si no te controlas, cállate.
Piensa bien lo que vas a decir y prevé de antemano las posibles consecuencias en los demás del contenido de tus palabras y del tono en que las pronuncias.
No te olvides de cómo es esa persona a la que te diriges. ·Habla con tanta sencillez y naturalidad que cualquiera pueda entenderte.
Hay palabras que hieren con su filo más que una daga y golpean la autoestima con más contundencia que un bastón de hierro. Prométete no recurrir a la violencia verbal.
Tus palabras pueden convertirse en la mejor carta de presentación y en el más eficaz y convincente argumento. Las palabras, si son positivas, afectuosas y llenas de esperanza son una tabla de salvación para muchos.
Escribe en lugar visible las frases que consideres más bellas y profundas hasta que se hagan realidad en tu vida. Hay palabras letales que humillan, deprimen y “matan” el alma. Jamás las pronuncies. No olvides que las palabras tienen consecuencias, y sus efectos positivos o negativos vuelven a quien las pronunció.
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