
Llevados por la inseguridad y desconfianza en nuestra capacidad de ser aceptados tal como somos, podemos caer en la tentación de adornar aquí y allá nuestra historia y nuestras habilidades de forma que causemos una impresión favorable en las demás personas. Un ladrón podrá aseverar más robos de los que realmente ha hecho si tiene que presumir delante de sus compañeros carcelarios, o se pueden haber realizado más proezas sexuales de las habidas entre un grupo de hombres que se retan en su capacidad viril, o un empresario puede relatar éxitos pasados, exponer cifras, etc. con el fin de obtener confianza de los demás.
Mentir es un recurso fácil de valer sin tener que pasar por esfuerzos ni penurias, aunque el precio que se corre es la posibilidad de ser descubierto. En esto sucede algo similar a la persona que lanza rumores falsos para disminuir a las personas que envidia: puede ser descubierto y la conducta desvelada, esta actitud con el tiempo se vuelve en su contra desprestigiándolo ante los que quería influir.
Mientras que la persona sincera no tiene que vigilar la versión que da de sus anécdotas y los episodios vividos, porque los transcribe al dictado de su memoria, en cambio el mentiroso debe controlar qué versión da de su historia, para que resulte coherente con la escuchada por cada persona ante la que ha presumido.
Cuanto más se cae en la tentación de mentir, más difícil es controlar la abundante base de datos de las versiones dadas y más imposible resulta comentar, repetir o seguir con coherencia lo novelado, de forma que los detalles hablan por si solos, solo debemos mirar esos detalles y usar el sentido común.
El hábito de mentir se puede transformar en un trastorno de la personalidad que podríamos llamar "Seudologia fantástica" que es una compulsión a imaginar una vida, unos acontecimientos y una historia en base a causar una impresión de admiración en los espectadores.
Este afán por impresionar esta basado en la imperiosa necesidad de resultar valiosos y geniales por medios tramposos ya que por los naturales de la simpatía y la idoneidad dudamos de poder conseguirlos.
El mentiroso fantasioso coge el atajo de robar atención y aprecio por la vía del fácil engaño.
No se conforma con ser una persona cualquiera -tal vez se vería a sí misma con excesivo desarraigo-, sino que desea ser siempre una personalidad de primera magnitud, de esas que los demás admiramos embelesados y envidiosos.
Lo que nos gustaría hacer, lo que en sueños nos prometemos, lo que según nuestros cálculos inflados seguramente nos pasará, puede hacernos correr tanto en el tiempo que disfrutemos precipitadamente de lo que todavía no somos, y ello nos prepara mal para el naufragio de nuestras ilusiones durante el transcurso despiadado de la vida.
Este tropiezo no le sucede a quien su mirada alcanza al escalón de arriba sólo cuando ha mirado bien que ha subido el actual. El problema, que realmente uno se confunda y olvide de quien es realmente.
Jugar limpio, ser naturales, es el mejor camino para ser aceptados por los demás.
Lo primero es que nos acepten aun siendo humildes y mediocres. Una vez conseguida esta aceptación básica entonces se puede intentar el asalto al mérito, ya que no será un mérito agresivo (de esos que aunque la persona valga mucho nos da igual porque nos cae antipática) sino un afán de darnos más, de buscar una mayor cualidad, de jugar más fuerte, una activa entrega para participar, colaborar, sugerir, y animar la vida familiar, los equipos de trabajo, los grupos de amigos o la excelencia profesional.
Si alguien se ha visto identificad@, disculpas, es probable que pensara en tí.